La calumnia virtual
A nadie se le escapa que internet, ese gran libro de arena que ha puesto el universo al alcance de nuestra mano, es también una gigantesca letrina donde cualquier mamarracho evacua sus deposiciones, sus exabruptos, sus podredumbres mentales. Como en la puerta del retrete público, donde el salido no puede evitar la tentación de pintarrajear un falo hipertrofiado, ofrecerse como semental o injuriar a la mujer que nunca podrá poseer, en las aguas abisales de internet abunda el espécimen del calumniador profesional e insistente, casi siempre amparado por el anonimato, casi siempre resentido de su propia insignificancia, que al cobijo de foros, blogs y demás cónclaves virtuales va dejando su cagadita aquí y allá, propagando chismes sobre tal o cual persona (todo calumniador anónimo tiene su bestia negra, generalmente alguien que ha logrado en su oficio una relevancia que el calumniador virtual jamás alcanzará), inventando episodios apócrifos que enturbien su fama, atribuyéndole vicios o rarezas que el calumniado jamás soñó con incorporar a su repertorio, insultándolo en fin con encono y desesperación, como sólo insultan quienes chapotean en los lodazales de la mediocridad, quienes saben que nunca dejarán de chapotear en ellos y, sin embargo, necesitan, para sentirse vivos, salpicar con su barro hediondo a quienes respiran otro aire más noble.
No creo que exista una persona mínimamente célebre que no cuente con su calumniador o legión de calumniadores en internet. En otro tiempo, esta fauna corrompida y carroñera tenía que consolarse con ir voceando su odio por las esquinas, como perros enfermos de rabia, con la pálida esperanza de tropezarse con algún oyente crédulo, o tan bilioso como ellos mismos, que creyera sus infundios y contribuyese a difundirlos. Hoy esta labor desgañitada y agotadora ha encontrado un cauce de propagación privilegiado en internet. Al calumniador le basta con dejar su cagadita en cualquier vertedero virtual mínimamente concurrido por otros personajillos de su mismo jaez para que la mecha del polvorín se prenda y lo que en principio era tan sólo una infamia alimentada por el odio irracional y arbitrario se convierta en una especie que circula por doquier, arrastrada por las procelosas corrientes virtuales. Con un poco de suerte, en un par de años, esa calumnia habrá alcanzado la categoría de dogma de fe, y el calumniado habrá de cargar con ella mientras viva. De nada le servirá encomendar toda su vida a la negación del infundio: siempre habrá gente maliciosa, harta de chapotear en los lodazales de la mediocridad y el anonimato, dispuesta a mantenerlo vigente.
Ás vezes a opinião publicada até tem algumas coisas fixes...
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